Por: Juan Manuel Ledezma Viteri
La idea de educar a todo el «pueblo» y de asegurar el acceso gratuito e igualitario a la enseñanza es un viejo ideal de la Ilustración. Según la filosofía iluminista, la emancipación radicaría en el pasaje hacia la mayoría de edad, que consiste en la capacidad de cada individuo de pensar por sí mismo, de servirse de su propia razón para así poder guiar sus acciones. Ésta es, finalmente, la manera en la que nuestras sociedades «igualitarias» nos explican la historia del progreso humano.
Paralelamente a esta historia, que retrata nuestra sociedad bajo el pincel del Progreso, vamos a colgar una historia que no difiere tanto en los hechos sino en los principios. El filósofo francés Jacques Rancière, en su libro titulado El Maestro Ignorante, nos transmite la historia de Joseph Jacotot, un profesor de literatura francesa, que en el año 1818 tuvo una experiencia reveladora y transformadora, que marcó el pensamiento de la emancipación para siempre.
Enviado por su Gobierno como profesor a la Universidad de Louvain, un gran problema se hizo presente de inmediato. La clase se encontraba llena de alumnos ávidos de aprender el saber del maestro, pero por desgracia ninguno de ellos hablaba francés y el maestro Jacotot no conocía ni una sola palabra de flamenco. El maestro decidió aventurarse y arriesgar una experiencia: entregó a cada alumno una copia en francés del Télémaque de Fénelon junto con su traducción al flamenco.
La tarea de cada uno de los alumnos consistía en leer dicha obra, con ayuda de la traducción, y finalmente en producir un texto en francés, en el que debían narrar todo lo visto y entendido. Jacotot esperaba una catástrofe, pero todos y cada uno de sus estudiantes entregaron los trabajos escritos en francés y no en cualquier francés de estudiante, sino en un francés de escritor.
Algo aconteció en esta aventura que sobrepasó toda expectativa del maestro. Los alumnos comprendieron las leyes internas de una lengua sin ninguna explicación, sin ningún maestro. Y precisamente porque ningún maestro estuvo ahí para decirles qué es lo que tenían que aprender y cómo debían hacerlo, los alumnos llegaron a conocer más y de mejor manera.
La lógica clásica de la pedagogía, la del Progreso, consiste en la creencia de que el maestro está ahí para enseñar al alumno. Aparentemente, el maestro está ahí para transmitir sus conocimientos y llenar un vacío. Ese vacío recibe el nombre de ignorancia y el saber del maestro viene en socorro para llenar ese vacío del ignorante. La lógica pedagógica parte de una presuposición: la necesidad de la explicación.
Esta presuposición se basa a su vez en un principio que Rancière define como el principio de la desigualdad. Partiendo del supuesto de la desigualdad de las inteligencias, el maestro considera su explicación necesaria. El mundo, según esta lógica, está dividido entre los sabios y los ignorantes, a los cuales se debe enseñar y guiar. Y, puesto que el saber que el estudiante ya posee, es decir, el saber de lo que ha visto y escuchado, de lo que ha aprendido y comprobado por sí mismo, no es nada más que un saber de ignorante, el maestro y la pedagogía creen necesaria la fundación de un sistema basado en la explicación y no en la emancipación.
Este sistema de la explicación recibe el nombre de embrutecimiento, ya que en vez de abolir la desigualdad, partiendo de la presuposición de la igualdad, establece una jerarquía en la que se instala un abismo perpetuo entre el saber de los sabios y la ignorancia de los ignorantes. Ahora bien, la experiencia de Jacotot derrumbó la construcción ficticia de la sociedad de las explicaciones. Los alumnos aprendieron sin maestro, el maestro no transmitió nada porque en el fondo la educación, digamos la emancipación, no se basa en la transmisión del conocimiento, sino en dejar que el otro aprenda. La instrucción, dice Rancière, «es como la libertad: ella no se da, ella se toma».
Pretender que la masa, para poder emanciparse, necesita de la instrucción y de la educación garantizada por el Estado, significa instaurar una sociedad que sigue siendo presa de la lógica del maestro, que cree que su objetivo es llenar el abismo de ignorancia que lo separa del estudiante. Pero con ello el abismo que instaura el principio de desigualdad no es abolido, sino instituido legalmente. La idea de Progreso establece la falta de instrucción como un atraso que tiene que ser superado. Sin embargo, «el Gobierno no debe la instrucción al pueblo —dice Rancière—, por la simple razón que uno no debe a la gente lo que ésta puede tomar por sí misma».
El triunfo del Progreso es la imposición de la necesidad de la explicación a la sociedad entera; en otras palabras, la sociedad entera es llevada al embrutecimiento y no a la emancipación. El ideal de Progreso, que debemos llevar a cuestas, significa que la capacidad de pensar por uno mismo se desvanece y no queda más que el perfeccionamiento del control sobre el pueblo. Posibilidad que implica el perfeccionamiento de las explicaciones. El Progreso, en definitiva, es el recurso de la ideología para hacer que las cosas queden como están, pues impide al análisis y a la práctica la posibilidad de un nuevo comienzo.
Fuentes:
Trashumante política, opinión, polémica y debate:
http://www.trashumante.ec/index.php
Mundo Docente-Clásicos:
http://www.osplad.org.ar/mundodocente/mundodocente2006/Clasicos/notas/febrero_05/elmaestroignorante.htm
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